El inspector Méndez

“El Méndez, policía de la calle Nueva, de la calle Unión, de la calle Lancaster, de la calle Arrepentidas, perseguidor de maricas, untador de confidentes, hostiador de nazarenos…”.

El expediente Barcelona, 1983

El personaje

“El viejo policía Méndez, que no había viajado nunca si no era para asistir una vez como testigo a una ejecución en el penal de Ocaña, entendía bastante, sin embargo, de relaciones internacionales. Él solía explicarlo de la siguiente manera: “Conocí cierta vez en el Bar Póker a una filipina que decía que era china, quería residenciarse española y hacía el francés”. Méndez ignoraba si eso era suficiente para ingresar en la Escuela Diplomática, pero en cambio estaba seguro de que conocimientos tan concretos y precisos le harían falta a más de un alto empleado de la Unesco”.
Las calles de nuestros padres, 1984.

“Decir que el policía Méndez resultaba incómodo para sus jefes era decir algo que sabían hasta las ladillas menos veteranas de su distrito. Méndez, según informaban los de arriba, no se daba cuenta de que los tiempos habían cambiado, de que existía una Unión Sindical de Policías, de que bastantes magistrados procedían de Justicia Democrática y de que existía eso de la asistencia letrada al detenido. Cada vez que se le presentaba el abogado de oficio después de una detención, Méndez solía preguntar:
Perdone, ¿a quién he de interrogar? ¿Es usted el chorizo o es el otro?
Las calles de nuestros padres, 1984.

“Méndez sólo sabía dormir en las pensiones, en los bancos de los juzgados y en su mesa de la comisaría. Alguna vez dormía también en los bancos de las iglesias, pero siempre que en ellas se celebrase un funeral donde hubiera tres oficiantes al menos”.
La dama de Cachemira, 1986.

Su ambiente

“Méndez se asomó al balcón para contemplar el paisaje urbano. El paisaje consistía en una sola y virtuosa calle que llevaba en línea recta desde las amamantadoras de ladillas de la rue de las Tapias a los grifotas de la Plaza Real, pero esa versión de la calle Nueva no convencía a Méndez; era una versión municipal y vituperable, digna, en definitiva, del cerebro de un alcalde. Para Méndez era el último refugio, pero refugio al fin, era la historia de todo un siglo que ya se moría, era la noche de la ciudad, era la gran madre negra de que hablaban los poetas perdidos para siempre”.
Crónica sentimental en rojo, 1984.

“Sabido es que Méndez vive en cuchitriles, en parte porque no quiere dejar los barrios viejos, y en parte porque su sueldo de eterno principiante no da para otra cosa. Son habitaciones más bien oscuras, desde cuyas ventanas sólo se ven un pedacito de cielo, unos balcones, unos geranios y el culo de la matrona que los cuida. Esos culos siempre se repiten en el barrio, de madres a hijas, y llegan a tener un verdadero interés histórico. Las paredes siempre están cubiertas de libros y por lo tanto de almas acechantes de seres que han existido, rodeando el sueño de Méndez. Cuando los lee, sobre todo en bares y casas de comidas de urgencia, Méndez queda con la mirada perdida mientras los delincuentes se le escapan, pero piensa y a veces toma notas…”.
Méndez, 2006.

“La calle Unión había sido reino del moro pobre que siempre estaba celebrando el ayuno del Ramadán y la ramera vieja que no cobraba a los amigos (ni a los hijos de los amigos), pero las obras del Nuevo Liceo habían querido mejorar la calle. Se notaba enseguida, porque los moros pobres habían puesto una carnicería y las rameras viejas tenían un pisito y cobraban hasta el IVA, de modo que la reforma era un éxito. Méndez sintió que estaba de nuevo en su territorio, aspiró el aire de los cafetines, los efluvios de las pensiones baratas, los aromas de los supermercados indios y, como si llevara dos meses en un balneario, se notó reconstruido”.
Méndez, 2006.

Serie Méndez

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